“Homenaje a los clásicos misterios sobrenaturales de los años 80, «Stranger Things» es la historia de un niño que desaparece en el pequeño pueblo de Hawkins, Indiana, sin dejar rastro en 1983. En su búsqueda desesperada, tanto sus amigos y familiares como el sheriff local se ven envueltos en un enigma extraordinario: experimentos ultrasecretos, fuerzas paranormales terroríficas y una niña muy, muy rara”.
Así comienza la descripción de Stranger Things. Aparentemente una serie más de ciencia ficción. Pues no. Una vez entras en Hawkins no puedes salir. Te atrapa, y nunca mejor dicho. Vamos por partes.
La culpa de mi adicción y enganche a esta serie la tiene mi hermana, la fan número -3 de la trama fantástica que los hermanos Duffer vendieron a Netflix en 2016. Ella ya era fan antes que ellos la crearan. Diálogos, nombres de actores, fechas, y hasta la marca de la laca que usa uno de sus personajes, todo eso sabe ella. Después de 4 temporadas, he de reconocer, que me alegra que me diese a ver el primer capítulo, porque he pasado a formar parte de esas frikis que se hacen con las camisetas de la serie, que hacen cola a pleno mes de julio en la calle para vivir una experiencia real y un scape room de esta historia y que repite los capítulos sin cansarse. Si, lo sé, friki he sido siempre, así que tampoco os sorprenderá demasiado.
Bueno, a lo que voy. Supongo que todos o la mayoría conocéis la trama de esta serie que, en esta temporada, tanto me ha recordado a El instituto, una novela de Stephen King que ya os recomendé en el blog. El proyecto NINA es prácticamente idéntico y ver Stranger Things es como viajar en el tiempo. Pasear por E.T. mientras lees novelas del maestro del terror y escuchas música de Kate Bush o The Police.
He pasado a formar parte de esas frikis que se hacen con las camisetas de la serie, que hacen cola a pleno mes de julio en la calle para vivir una experiencia real y un scape room de esta historia y que repite los capítulos sin cansarse.
En resumen, la serie es brutal. La acción, los efectos especiales, los escenarios, su banda sonora, la construcción de los personajes y la relación entre ellos, las conversaciones, las sorpresas…lo tiene todo. Y, lo mejor, la caracterización y el trabajo de los niños que protagonizan este lingote de oro hecho temporadas. Si, niños, porque en 2016, sus protagonistas eran niños pequeños que demostraban plano tras plano como saben actuar y, que hoy en día, han crecido entre el mundo que conocemos y el mundo del revés con total naturalidad, convirtiéndose en estrellas del panorama televisivo. No voy a hablar de todos, porque podría hacer un post por personaje, pero es imposible no hablar de ese maravilloso sheriff Hopper, la madraza y valiente Joyce, el inteligente de Dustin, el incondicional de Will, la astuta Max, el fiel Lucas, la bomba de Eddie, que para mí, ha sido la estrella de la temporada, la pareja no pareja indiscutible y entregada de Steve (mi favorito) y Robin, el incansable Mike, el malo de “papá”, Brenner, Nancy y Jonathan, esos hermanos mayores capaces de matar a y por sus hermanos, y, como no, la poderosa Once.
Hay muchos más personajes que han ido pasando por cada temporada de esta serie que atrapa, pero, sin duda, ellos son quienes manejan y han manejado lo que es Stranger Things. Ellos y obviamente, Vecna. Eddie y Vecna han sido lo más potente de la temporada. A estas alturas y con los spoliers que podéis encontrar en internet sabréis cual ha sido el destino de cada uno de ellos, así que, culpo a los hermanos Duffer de haber matado a Eddie. Esa melena roquera ha conquistado a la audiencia, al igual que lo hizo Billy, el hermano cañón de Max. Los personajes son la leche, pero la interpretación de Joseph Quinn y Jamie Campbell es lo más. No vamos a superar a Eddie Munson tocando con su guitarra el Master of Puppets de Metallica. Una canción para atraer a los bichos voladores a los que se hace frente junto a Dustin, en una épica lucha que supera cualquier tirada de dados de sus partidas de rol, solo que aquí los monstruos a los que se enfrentan son reales.
Y Vecna, con ese maquillaje que cuesta 7 horas de hacer. Qué barbaridad de personaje. Nadie maneja la historia como él. Los protagonistas se encuentran separados paradójicamente para unir sus fuerzas en una épica batalla, no importa tanto la distancia kilométrica entre ellos cuando se tiene un destino común. La historia, pues, sigue estando diversificada en cuatro narrativas independientes que pronto se reducirán a tres al quedar unificadas la subtrama hospitalaria protagonizada por Once y Papá con la subtrama de la furgoneta-pizzera en que viajan Mike, Jonathan, Will y Argyle; además de la trama que llevan entre manos los niños y sus canguros.
En resumen, la serie es brutal. La acción, los efectos especiales, los escenarios, su banda sonora, la construcción de los personajes y la relación entre ellos, las conversaciones, las sorpresas…lo tiene todo. Y, lo mejor, la caracterización y el trabajo de los niños que protagonizan este lingote de oro hecho temporadas.
Esta última temporada y su evolución ha sido la más espectacular de la serie aunque siempre diré que la primera temporada es la mejor. Lo que sucede en el mundo del revés no deja indiferente a nadie. Ha habido un antes y un después que influirá sobremanera a los personajes en la próxima temporada que promete ser aún más adulta. Los niños de Hawkins han dejado de ser niños y han entendido el significado del sacrificio. Lo que en un principio se tomaban como un juego se ha convertido ya en una batalla por la supervivencia que va mucho más allá de sus propias vidas, ahora está en riesgo la existencia de toda la humanidad, tal y como vaticina ese cielo rojizo que conecta nuestro mundo con el infierno.
¿Hay ganas de ver la quinta temporada? Yo digo sí. Muchas.