La figura de Joaquín Sabina es una de las más controvertidas de nuestro panorama artístico patrio por la trascendencia de sus actos y por supuesto de sus canciones.
Reconozco, antes de que te lleves una sorpresa conforme sigas leyendo, que en esta reseña va a estar tan presente mi falta de objetividad como mi entusiasmo por el genio. Supongo que son muchos años de escucha en una casa en la que se reproducía en bucle 19 días y 500 noches (1999); y la conexión directa de mis momentos más felices al lado de la persona con la que he decidido compartir la vida, cuya banda sonora suena a temas como Y sin embargo, A la orilla de la chimenea o Peor para el sol. Así que puestas las cartas sobre la mesa, empecemos a repartirlas.
Desde que aquel chaval ahogado y deseoso de salir de su Úbeda natal se presentara al mundo como uno de los cantautores más irreverentes y brillantes de la música en castellano, han pasado tantas cosas como años; y en ese tiempo, a los discos inolvidables y las giras eternas, se ha sumado una película de Fernando León de Aranoa que, Sintiéndolo mucho para algunos, es uno de los mejores retratos que se han hecho de Sabina pero también de Joaquín. Nada menos que trece años de convivencia entre el cantautor y el cineasta se han necesitado para crear este testimonio imperfecto y rebosante de matices en forma de película documental, que está llevando en masa a las salas de cine a los admiradores del tipo del bombín.
A los discos inolvidables y las giras eternas, se ha sumado una película de Fernando León de Aranoa que, ‘Sintiéndolo mucho’ para algunos, es uno de los mejores retratos que se han hecho de Sabina pero también de Joaquín.
Existen multitud de libros, documentales y artículos que han estudiado la vida y obra de Joaquín Sabina, pero si algo tiene de especial la película de Aranoa, es precisamente su capacidad como director para moldear el género a su antojo, acercándose a los códigos de la ficción pero sin perder de vista la realidad. Para que nos entendamos, Sintiéndolo mucho podría haber sido el típico documental en el que aparecen un montón de colegas y compañeros de profesión comentando lo maravilloso que es el protagonista, mitificando y enalteciendo su trayectoria como autor e intérprete; sin embargo, lo que ha conseguido Fernando León es filmar una buena charla entre amigos acompañada de una sucesión de imágenes que narran a pie de campo, algunos -faltan muchos- de los pasajes más importantes de la vida de Sabina.
Comienza fuerte la película haciendo alusión a la tan sonada caída del escenario del cantante durante el concierto del Wizink Center de Madrid en 2020, en el marco de la gira que protagonizaba junto a Joan Manuel Serrat y que supuso la retirada temporal del jienense de los escenarios. Así, y casi como en una especie de cliffhanger inicial, se da comienzo a dos horas de metraje que no pierden comba gracias al buen trabajo narrativo y al empleo de recursos propios del género de ficción, muy presentes sobre todo a través del conflicto.
De la incertidumbre y angustia causada por la cogida sufrida por su amigo íntimo José Tomás en los ruedos de México, hasta el pánico escénico previo a los conciertos que le llevan al límite de sus fuerzas, Aranoa consigue trasladar a la pantalla al Joaquín más humano e indefenso, que también se mezcla con el Sabina convertido en leyenda, forjado a base de estaciones de tren, cantos al desamor y más de una noche de colocón y borrachera. No hay tantos filtros, por tanto, como cabría esperar en un producto audiovisual de estas características, pero sí que hay mucho de sinceridad en las palabras y las imágenes que componen el documental. Se habla abiertamente de los «versos» más oscuros de su vida, haciendo alusión a algunas partes conflictivas de su juventud por su ideología política, sus reconocidas adicciones o la falta de inspiración para componer que vive en estos tiempos; pero también a los fragmentos más luminosos de su existencia plasmados en su admiración por José Alfredo Jiménez, su hermandad con Serrat, la relación con sus seguidores, o la importancia que tiene en su día a día «La Jime», su pareja actual.
Lo que ha conseguido Fernando León es filmar una buena charla entre amigos acompañada de una sucesión de imágenes que narran a pie de campo, algunos -faltan muchos- de los pasajes más importantes de la vida de Sabina.
En materia técnica, el documental también cumple con creces. De nuevo la imperfección se abre paso a través de mucho movimiento con cámara en mano, desenfoques sin premeditar, algún que otro movimiento descuidado y material de archivo que aunque luce viejo, de nuevo aporta esa visión de la realidad tan necesaria y precisa para el desarrollo de la historia. Pero ojo, que no todo es tan casual, también hay pasajes de la película iluminados perfectamente y planos compuestos con un gusto exquisito en el que se respira Rock & Roll y mucho humo, que junto al whisky y el champán, son personajes principales en esta biografía televisada a la que Leiva le ha puesto la música original. Por poner un pero, se echan de menos algunos rótulos informativos que no habrían estado de más.
Pero entonces y después de tanto análisis…¿Sintiéndolo mucho es una película dirigida exclusivamente a los sabineros de pura cepa? Si te apetece explorar el género documental y tienes curiosidad por conocer un poco más de Sabina, eres totalmente apto para su visionado, aunque evidentemente, traes mucho trabajo adelantado si llevas años siguiendo su trayectoria, porque como decía al principio, vas a encontrarte un montón de sorpresas y contradicciones, pero sobre todo vas a conocer a un Joaquín más alejado que nunca de Sabina.
Sintiéndolo mucho se puede ver en más de doscientas salas de cine en España.
En ‘Sintiéndolo mucho’ no todo es tan casual, también hay pasajes de la película iluminados perfectamente y planos compuestos con un gusto exquisito en el que se respira Rock & Roll y mucho humo, que junto al whisky y el champán, son personajes principales en esta biografía televisada a la que Leiva le ha puesto la música original.