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Hasta siempre, Matty

No sabía muy bien si tenía sentido escribir algo más sobre lo que ha supuesto la figura de Matthew Perry en el mundo de la comedia y la televisión, pero si tenía claro que quería, de alguna forma, dejarle mi despedida por escrito para que nunca se me olvide la capacidad que tiene el audiovisual de arrasarme por dentro.

Me despertaba esta mañana con un WhatsApp de una de esas amigas a las que sentaría en el sofá del Central Perk si yo misma hubiese tenido el talento de escribir una serie como Friends y leía, con la garganta hecha un nudo, el titular que ningún fan de la serie querría ver jamás: «Muere Matthew Perry, Chandler en «Friends» a los 54 años de edad». Con el corazón encogido y alguna lágrima tonta, he ido a darle la noticia a mi Chandler particular, y lo primero que he pensado ha sido: «Tan pronto no, colega», e inmediatamente después, he recordado fotograma a fotograma, la que siempre será mi secuencia favorita de la historia de la televisión. Aquel Chandler muerto de miedo pidiéndole matrimonio al amor de su vida, que no solo suponía un punto de inflexión en el arco narrativo de su inolvidable personaje, sino una manera de gritarle al mundo que Matthew quería seguir allí, a pesar de la presión a la que estaba sometido, regalando carcajadas a todos los que nos enamoramos de Friends desde el primer minuto que él salió en pantalla. Había nacido para eso.

Con el corazón encogido y alguna lágrima tonta, he ido a darle la noticia a mi Chandler particular y lo primero que he pensado ha sido: «Tan pronto no, colega».

Su manera de hacer comedia tenía el equilibrio justo entre la ironía y la cercanía. Lo ácido y lo tierno. Matthew era capaz de hacernos reír con sus gestos icónicos, sus caras improvisadas y sus chistes espontáneos. Ningún guión se le resistía porque podía improvisar sobre la marcha hasta el último punto de una escena y nadie se daría cuenta. Se ganó el derecho a crear a su antojo y así es como se hace un buen actor. 235 capítulos de felicidad en Friends cada vez que aparecía por el piso de Mónica y Rachel, volvía a los 80 con Ross a golpe de flashback y aquel peinado de diablo, se adentraba en el peculiar universo de Phoebe, o se unía a las trastadas de su inseparable Joey. Daba igual con quien compartiera escena, Matty, como cariñosamente le llamaban sus compañeros, siempre brillaba y hacía brillar al resto.

Pero Perry no solo fue Friends. También Matt Abbie en Studio 60, Ryan King en su proyecto más personal Go On, Mike Kresteva en la todopoderosa The Good Fight, o Sam en Cougar Town, la serie producida y protagonizada por Courtney Cox, que nos devolvió, durante un episodio, la magia de Mondler -unión de Mónica y Chandler- para suerte de los que como yo, siempre quisimos una continuación de su historia. Estos son solo algunos de los títulos que ya forman parte del legado de un actor que con su marcha nos deja huérfanos de risa.

Daba igual con quien compartiera escena, Matty, como cariñosamente le llamaban sus compañeros, siempre brillaba y hacía brillar al resto.

Cuando lanzó su autobiografía Amigos, amantes y aquello tan terrible, me devoré el libro en poco más de tres noches y pensé en lo generoso que había sido vomitando sus demonios por escrito dándonos la posibilidad de conocer a la persona más allá del personaje. Su testimonio, durísimo, queda en la memoria de quienes lo necesiten para salir del pozo, así lo quiso él. De hecho, una de las cosas que más me impactó, fue como contaba todas las veces que había estado a punto de morirse y como, una y otra vez, había sido capaz de revivir. Esta vez no ha podido ser, pero si algo está claro es que el mundo entero se ha unido en una despedida conjunta a un actor capaz de unir generaciones riéndose al unísono.

Hasta siempre, Matty. I’ll be there for you.

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