Dice Sabina en Peces de Ciudad que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, pero siempre que escucho este verso de la canción me dan ganas de rebatir al genio y decirle que hay lugares que son bálsamo para cualquier pena.
El pasado sábado 24 de julio Concerts de Vivers cerraba su ya mítico ciclo de conciertos que tiene lugar cada verano en los Jardines de Viveros en el marco de la Feria de Julio de València, con una cita que reunió a la multitud de personas que fuimos testigos de la magia de El Kanka y su banda encima de un escenario que aguardaba una noche calurosa y repleta de arte.
Por suerte, el malagueño se ha dejado caer por la ‘terreta’ muchas veces, pero no cabe duda que el de Viveros, ha sido uno de los conciertos más especiales de esta gira en la que está inmerso, siendo el show que más público ha congregado desde su apoteósica cita en el Wizink Center de Madrid allá por febrero de 2020, antes de que nos estallara la pandemia y la vida nos saltara por los aires.
Pero como dicen que no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista, ahí estábamos la noche del sábado disfrutando del reencuentro con el artista que para mí derrocha más personalidad, carisma, buen rollo y honestidad de nuestro rico panorama musical.
Una cita que reunió a 17000 personas que fuimos testigos de la magia de El Kanka y su banda encima de un escenario que aguardaba una noche calurosa y repleta de arte.
Empezó la velada con ese Sabéis Quiénes Sois, gestada en el confinamiento y que nos llevó a todos los asistentes a entonar esa oda de exaltación a la amistad, al brindis y al baile, porque precisamente eso es lo que nunca falta en un concierto de El Kanka: brindis y baile. Mucho baile al son de las percusiones de El Manin, fiel escudero de Juan desde hace más de quince años, y un virtuoso de la percusión al que no puedes perder de vista si lo que quieres es disfrutar de la pasión de un músico con todas las letras. No se quedan atrás Álvaro Ruíz con su guitarra al hombro y un duende que le sale por la boca desde Triana al mundo, Pedro Campos desde la suavidad y la calma del bajo, Hoss Benítez al delirio de la batería, o Carlos Manzanares que además de ser otro ‘musicazo’ y deleitarnos con ‘Valencia’ en versión acordeón, podría ganarse la vida como humorista y sucesor de Eugenio -bueno, igual esto no-, pero lo que sí queda claro es que El Kanka sabe rodearse de los mejores, y esa es una de las claves que hacen que los conciertos sean auténticas fiestas de colegas con sus aventuras, sus chascarrillos, su buena onda y en definitiva, una amistad que traspasa el escenario y que se vuelve palpable cuando ajenos a todo, se juntan en el centro del escenario y se dejan llevar a través de la música.
El Kanka sabe rodearse de los mejores, y esa es una de las claves que hacen que los conciertos sean auténticas fiestas de colegas.
Volviendo al repertorio y como no podía ser de otra forma, no faltaron los temas más aclamados de la discografía del cantautor como Lo Mal Que Estoy y Lo Poco Que Me Quejo, mi amada Querría, Confieso, Guapos y Guapas o A Dieta de Dietas en esa mezcla de ambiente festivo y popular que es un concierto del Kanka, en el que también hay un rinconcito para la ternura de Volar, Sí Que Puedes o Tienes Que Saltar, y la apoteosis con canciones como Canela en Rama. Hay mucho de terapia, crítica y compromiso en sus letras, y un toque de raíz en los ritmos que las acompañan, dando lugar a un artista que primero es persona y cómplice de su público, y que mientras canta se convierte en pura generosidad regalando su arte a todos los que hemos tenido la suerte de disfrutarlo en directo.
La noche del 24 de julio en Viveros no cabía un alfiler, no faltaron los pequeños, ni los medianos ni los mayores, tampoco se perdió la cita nuestro ‘caloret’ valenciano, ni mi compañía perfecta en la segunda fila. De hecho, Hasta el mismísimo Pau Donés estuvo presente. Ay Kanka, Qué bello es vivir en un concierto tuyo y que bien se está cuando se está bien.
Vuelve siempre que ya sabes lo que pasa en València cuando la pisas: una cançoneta i mo’n anem.
Dando lugar a un artista que primero es persona y cómplice de su público, y que mientras canta se convierte en pura generosidad regalando su arte.