Llevo exactamente diez días en un repeat infinito con Bogotá, el decimoquinto álbum de Andrés Cepeda, un artista imprescindible dentro de un panorama tan vibrante y diverso como el de la música latinoamericana, que hace unos años me abrió la puerta a una vertiente musical totalmente ajena a mi zona de confort. Yo, la más “indie-rockera” de mi grupo de amigos, de repente me descubrí escuchando baladas que atraviesan, mezclas de pop y rock con acento colombiano, algún que otro bolero y hasta cumbia… sin ser yo —en teoría— nada de eso.
Así, mientras reflexiono sobre un repertorio que acompaña todos los estados de ánimo que puedo atravesar en un solo día, y me dejo llevar por mi particular bucle con este disco, caigo en la cuenta de que la de hoy no ha sido una escucha cualquiera. La de hoy ha sido… la más especial.
Es el octavo Día de la Madre que no celebro. Ocho años contando su ausencia en años, meses, días… y hasta segundos. Pero, como siempre, la música tiene ese don: el de partirte en dos. Y una frase cualquiera, en una canción no tan cualquiera, te empuja a vaciarte de emociones, en mi caso, así: escribiendo. “La llamé pero mi vieja ya no sale”, dice Cepeda en la canción que da nombre al álbum. Pista tres. Piano, voz rasgada y una carta de amor al amor que fue, tejida entre las notas de una ciudad que, no sé si por haberla escuchado tantas veces estos días, empiezo a sentir un poco mía.
Producido por Mauricio Rengifo —uno de los integrantes de Cali y El Dandee— y Andrés Torres —ambos productores habituales de artistas tan cercanas a nosotros como Aitana o Lola Índigo—, Bogotá condensa todo lo que Andrés Cepeda ha construido a lo largo de su carrera, y lo que hoy representa, no solo como artista, sino quizá también como persona. El álbum se despliega en letras y sonidos donde el amor, en todas sus formas, se convierte en hilo narrativo, junto con una poderosa sensación de pertenencia a un territorio tan íntimo como la ciudad que lo vio nacer.
La percusión suave y ecléctica de Una Flor abre el álbum y, casi de inmediato, nos lleva al recuerdo del inicio de Me voy, uno de los temas más imponentes de Sé Morir (2000), el primero de los quince discos que hoy conforman la vitrina sonora de Andrés. La línea instrumental se despliega con sutileza mientras la primera estrofa viaja hacia el son cubano, para encontrarse con una de las voces más singulares del panorama latinoamericano: Manuel Medrano. Juntos, construyen una canción llena de raíz y ritmo que no necesita estridencias para brillar.
El Café es una de esas canciones que te reconcilian con los lunes, pero también tiene algo de himno de concierto: de estadio lleno y público entregado, coreando el estribillo desde la primera escucha. Es aquí donde comienza a dibujarse con claridad uno de los leitmotiv del álbum: Bogotá como escenario emocional.
«Bogotá» no solo da título al decimoquinto álbum de Andrés Cepeda, también es el escenario emocional de todo un proyecto.
En esta pista encontramos a un Cepeda que se desliza hacia el pop-rock con absoluta naturalidad, en una atmósfera que remite, incluso, a su etapa en Poligamia. Se apoya en un estribillo pegadizo y en una producción que oscila entre guitarras eléctricas y baterías más marcadas, con esa dosis de fuerza que requieren las canciones destinadas a ser cantadas a pleno pulmón.
Prométeme y Tú —mi favorita— son, sin duda, las pistas más continuistas de Décimo Cuarto (2023), pero también las que se sienten más como un lugar feliz. Sobre todo Tú, que no podría tener una letra más luminosa ni una producción más acorde a ella. “Hay canciones que se cantan y hay canciones que se sienten”, dice uno de los versos. Spoiler: sí, reto superado. Está perfectamente estructurada, con un acompañamiento coral que le viene como anillo al dedo, complementando la amalgama de instrumentos que empiezan con sus deslices acústicos, para ir rompiendo en una balada animada. Es de esas canciones que te mueres de ganas por dedicar. Mi bucle dentro del bucle. Mi canto a grito pelao’ por toda la casa mientras mi chico me observa. Ojalá no perder nunca la intensidad de lo que nos hace bien.
Los tres temas siguientes conforman, sin lugar a dudas, el triunvirato del disco. Son, quizás, los que más nos recuerdan al Cepeda de grandes hits como Tengo Ganas o Besos Usados, pero con un toque distinto, propio de la evolución musical que ha experimentado el artista. Problema Mío, la primera en discordia, es la que da el pistoletazo de salida. Con un riff que parece surgir de una guitarra española, la canción se va abriendo paso a través de un ritmo envolvente, mientras la aparición de algunos vientos le añade esa dosis de profundidad y drama, como una bala al corazón.
Reconozco que las primeras veces me costó entrar en el mood de Para Qué, pero ahora se ha convertido en una de mis favoritas. Para mí, es el tema más completo del álbum, porque literalmente lo tiene todo: una voz que te atrapa desde el primer acorde, una letra que te hace temblar y un instrumental en su punto perfecto. Cada capa sonora está medida al milímetro, como si una filarmónica entera tocara en el instante exacto, sobre el mejor escenario del mundo.
Quiero que me odies es otra de las cartas ganadoras de Bogotá. Impresiona lo evidente que resulta el trabajo de producción sobre el terreno: un par de tomas y basta. Casi a capela, Cepeda le canta al dolor, al rencor y, una vez más, al amor más genuino. Es minimalismo hecho música: silencio entre frases, apenas unos acordes, y una interpretación magistral que no necesita más para estremecer. En vivo podría ser uno de esos pasajes vitales para tatuarlos en la piel.
Se va cerrando el telón y llegamos a Dos de Corazón, que nos transporta a un estilo más noventero en su producción, sobre todo en los primeros compases, para después dar paso —una vez más— a ritmos con cadencia caribeña. Aquí, los vientos vuelven a llevarse parte del protagonismo, probablemente entre saxos y trompetas, y lo hacen con energía, fundiéndose en un cóctel delicioso junto a una percusión viva y envolvente. Una canción que celebra el amor, como si el álbum nos invitara a bailar despacio antes de dejarnos ir.
Portada de Bogotá, el nuevo álbum de Andrés Cepeda. Imagen: @mccallefilm
En Otra Canción encontramos la segunda colaboración del disco, esta vez junto al cantautor mexicano Andrés Obregón. Una de las principales bazas del colombiano en los últimos años —y clave para conectar con un público tan diverso como fiel— ha sido precisamente saber rodearse de nuevos talentos. En este caso, el dúo funciona a la perfección en un tema que, narrativamente, no es lo que parece (explora algunas de las últimas entrevistas a Cepeda y lo descubrirás). La canción se mueve en ese terreno tan bien calibrado de la balada pop contemporánea, cercana al universo sonoro de Morat, algunos temas de TIMØ, o incluso el propio Fonseca.
Las calles de Bogotá terminan por estrecharse en una última canción que no puede sonar más a tierra. Ahora sí, se armó la rumba con Cariñito, una cumbia que nos encamina a todo lo que está bien, en colaboración con Los Ángeles Azules. Es hora de bailar, pero sobre todo, de celebrar lo enriquecedor que puede ser acercarse a géneros musicales totalmente inexplorados en este lado del charco. El colofón perfecto para un disco tan vivo como la ciudad que le da nombre, y como la trayectoria de un artista que lleva años construyendo un “código” musical —mírate los clips de Instagram sobre la producción de Bogotá, porque son oro— que parece no tener techo.
Decían Rengifo y Torres que habían planteado la producción de este álbum como los fans de Andrés que son. Estas palabras, las mías, también nacen desde la profunda admiración que brota a miles de kilómetros, con la certeza de que la música, siempre, tiene algo nuevo que contar. Larga vida a Bogotá.